Una enzima digestiva es una sustancia secretada naturalmente por el organismo, cuya función es favorecer y acelerar – “catalizar” – las reacciones químicas que regulan la digestión. Su función principal consiste en fragmentar las moléculas grandes (polímeros) que componen los alimentos en moléculas más pequeñas (monómeros) para liberar nutrientes absorbibles en las vellosidades intestinales (1).
Les enzimas digestivas son fabricadas por diferentes órganos y glándulas a lo largo del tracto gastrointestinal. Se vierten principalmente en la boca, elestómago y elintestino delgado (2). En la jerga médica, se identifican por su sufijo en -asa (más raramente en -ina).
Es importante destacar que cada enzima digestiva tiene un sitio de unión con una forma especial que le permite identificar, alojar y descomponer solo un tipo de sustrato al igual que el modelo de la cerradura de llave. Esta comparación, aunque muy simplificada, da cuenta del carácter específico y selectivo de la actividad enzimática (3). Por ejemplo, una proteasa sólo se ocupa de las proteínas.
Como repaso, las proteínas están compuestas por cadenas de polipéptidos, constituidas a su vez por bloques elementales de construcción, los aminoácidos. El objetivo de las proteasas (o enzimas proteolíticas) es dividir todos los enlaces polipeptídicos para recoger los aminoácidos, que son los únicos capaces de atravesar la barrera intestinal (4).
La digestión de las proteínas comienza en el estómago con la activación de los pepsinógenos, unas enzimas inactivadas, a pepsina bajo el efecto del ácido clorhídrico (5). Esta enzima activa divide las proteínas en polipéptidos.
A continuación, el jugo pancreático proporciona dos precursores enzimáticos inactivos, el tripsinógenoy el quimotripsinógeno. Una vez en el duodeno (parte alta del intestino delgado), la enteroquinasa se encarga de convertirlos en sus dos formas activas: la tripsina y la quimotripsina.
Son precisamente estas enzimas, que pertenecen a la familia de las peptidasas, las que van a romper los polipéptidos en cadenas de tres (tripéptidos) o dos (dipéptidos) aminoácidos (6-7). Su trabajo se realiza en la superficie de los enterocitos, donde los aminoácidos son finalmente aislados.
Como su nombre indica, las lipasas (enzimas lipolíticas) intervienen en la descomposición de los lípidos en ácidos grasos (8).
Desde su llegada al duodeno, las grasas son en primer lugar emulsionadas con las sales biliares procedentes de la vesícula. Esta primera fase facilita la tarea de la enzima principal de la degradación lipídica, la lipasa pancreática (9). Fabricada por el páncreas, transforma los lípidos en ácidos grasos y glicerol. Como ocurre con las proteínas, esta conversión termina en los enterocitos.
A continuación, estos ácidos grasos pasan a la circulación linfática empaquetados en quilomicrones, antes de volver a la circulación sanguínea en una segunda etapa (10).
La digestión de los glúcidos hace intervenir una gran variedad de enzimas. Y por una buena razón, éstas deben adaptarse a la complejidad y diversidad de los azúcares que ingerimos. Su objetivo final es reducirse a uno de los tres tipos de azúcares simples (osas) asimilables por el organismo: la glucosa, la fructosa y la galactosa (11).
Para los azúcares complejos (polisacáridos), como el almidón de los alimentos feculentos, la primera etapa tiene lugar… ¡en la boca! Esto se debe a que la saliva contiene amilasa, una enzima que los descompone en maltosa y en dextrinas (12). Funcionando bajo un pH ligeramente ácido (alrededor de 6,8), la amilasa salival cesa su acción una vez que llega al estómago, donde es degradada por el jugo gástrico.
Esta fragmentación glucídica se produce gracias al páncreas bajo la influencia de la amilasa pancreática. Su función es doble: procesar los polisacáridos que hayan escapado a la amilasa salival y escindir las dextrinas en maltosa e isomaltosa, dos disacáridos (azúcares dobles) (13).
Los disacáridos, ya procedan de la alimentación o de la descomposición de los polisacáridos, finalmente se disocian en dos osas gracias a enzimas específicas de los enterocitos:
En ciertas situaciones, la producción de enzimas digestivas disminuye. Además de ciertas condiciones patológicas que afectan a la esfera gastrointestinal, a veces intervienen factores relacionados con la edad, con la herencia o con un desequilibrio de la flora intestinal (18-19).
Este fenómeno se refleja esencialmente en malestar digestivo, o en una pérdida de peso debida a una asimilación inadecuada de nutrientes. Por tanto, puede ser prudente recurrir a suplementos de enzimas digestivas para echar una mano al organismo (20).
Además de las imprescindibles proteasas, lipasas y amilasas, los suplementos enzimáticos avanzados también contienen enzimas no producidas por el cuerpo humano que favorecen el procesamiento de alimentos sensibles. Este es el caso de la celulasa para la celulosa (fibra principal de los vegetales) (21).
Por último, es interesante combinar las enzimas digestivas con ciertos fitonutrientes beneficiosos para la salud digestiva para potenciar su acción. Por ejemplo, las semillas de anís verde para la reducción de la flatulencia y la hinchazón abdominal (22), la menta piperita por su efecto espasmolítico y carminativo (23), o el fenogreco que interviene en el metabolismo de los hidratos de carbono y de los lípidos (24). El complemento sinérgico Digestive Enzymes, por ejemplo, reúne en una sola cápsula gastrorresistente 15 enzimas digestivas de primer orden, entre las que se encuentran la lactasa, varias proteasas y la celulasa, así como todos los extractos vegetales mencionados.
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