También conocidos con el nombre de oligofructosas, los fructooligosacáridos pertenecen sobre todo a la familia de las fibras alimentarias.
Exclusivas del reino vegetal, las fibras están formadas fundamentalmente por hidratos de carbono complejos (polisacáridos) cuya estructura química contrarresta la activación de las enzimas digestivas. Por tanto, estas no son ni hidrolizadas (metabolizadas) ni asimiladas por el organismo (1).
Aunque no tienen valor nutricional, las fibras alimentarias actúan de diferentes maneras en la regulación del equilibrio digestivo. Siempre se presentan en dos formas, disponiendo cada una de sus propiedades específicas (2):
Algunas de ellas – aunque no todas – también fermentan en el intestino grueso. Su interacción con la flora intestinal (microbiota) es de gran interés para la comunidad científica (5).
Debido a su complementariedad y a su polivalencia, las fibras contribuyen directamente al mantenimiento de una buena salud general (6). Así, una de las agencias de seguridad sanitaria europeas recomienda un consumo diario de 25 a 30 g de fibras alimentarias (7). No obstante, estudios realizados sobre los comportamientos alimentarios han mostrado que muchos europeos (franceses, daneses, italianos y checos) consumen menos de 20 g de fibras al día (8).
Construidas en torno a una cadena lineal de unidades de fructosa (de 2 à 60) concluida por una unidad de glucosa, las oligofructosas comparten una cierta similitud con la sacarosa: de hecho, al igual que el azúcar de mesa, tienen un sabor azucarado de forma natural. No obstante, su valor energético sigue siendo dos veces menor (solo kcal/g).
Con todas las ventajas de la fibra soluble, los fructooligosacáridos también tienen una acción prebiótica. (9). Como azúcares fermentables , también sirven de sustrato – en otras palabras, de alimento – a las bacterias del colon.
Esta fermentación colónica también conduce a la liberación de valiosos metabolitos, entre los que se encuentran los ácidos grasos de cadena corta (AGCC), el nutriente preferido de los colonocitos (células que recubren las paredes del colon) (10). De hecho, unos estudios sugieren una relación entre un déficit de producción de AGCC y la aparición de trastornos intestinales tras la toma de antibióticos (11).
En estado natural, las oligofructosas se concentran en diversos vegetales, como el trigo, cebada, alcachofa, plátano, achicoria, espárrago, ajo o cebolla (12). Por tanto, usted puede beneficiarse de estas poniendo regularmente estos alimentos en su menú.
No obstante, si su dieta suele ser baja en fibras (pocas frutas y verduras, cereales integrales y legumbres), le aconsejamos que las incorpore gradualmente a sus platos para determinar su propio umbral de tolerancia.
Efectivamente, cuanto son ingeridas en demasiada cantidad (o por una persona que no las consuma regularmente), las fibras alimentarias pueden provocar molestias digestivas leves causadas por una fermentación excesiva. Estas se manifiestan de manera típica en forma de hinchazón abdominal, flatulencia o náuseas (13). En este caso, basta con reducir ligeramente su dosis diaria de fibras hasta encontrar un bienestar intestinal óptimo, antes de volver a aumentar su consumo muy gradualmente.
Conviene saber que los FOS también son sintetizables a partir de azúcar de caña o de remolacha, por medio de una fermentación enzimática realizada por un hongo microscópico específico, Aspergillus niger. Gracias a este innovador procedimiento de bioconversión, pueden producirse los complementos de FOS.
Para aumentar su consumo de FOS, prefiera siempre suplementos de fructooligosacáridos basados en un escrupuloso enfoque de calidad (como Fructo-Oligosaccharides, procedente de la remolacha azucarera y diseñado por el grupo francés Tereos, sin OGM) (13-14).
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